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Obras maestras de vino y licores en su puerta
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La historia de la Maison Leroy comenzó en 1968, cuando François Leroy, viticultor y propietario de viñedos en Pommard, Meursault, Chambertin, Musigny, Clos de Vougeot y Richebourg, decidió crear una estructura con el objetivo de expandirse.
Durante la segunda parte del siglo XX, los esfuerzos de su hijo se vieron recompensados con varias medallas y Grandes Premios tanto en Francia como en Bélgica. Sin embargo, no fue hasta la llegada de Henri Leroy en 1919, la tercera generación, cuando las cosas cambiaron realmente. En 1942, la Maison Leroy se convirtió en propietaria de la mitad de las acciones del Domaine de Romanée-Conti. Henry dedicaría el resto de su vida a la finca, dándolo todo para crear la joya que hoy conocemos.
Lalou Bize-Leroy, hija de Henri y gran dama del mundo del vino de Borgoña, se unió a la aventura en 1955. Rápidamente siguió los pasos de su padre, convirtiéndose en Presidenta y Directora General de la Maison Leroy, así como en codirectora del Romanée-Conti Domaine. Catadora sin igual y conocedora de los terruños de Borgoña, siempre buscará lo mejor. Esta búsqueda de la perfección la llevó en 1988 a comprar varios Domaines y a cultivarlos de forma biodinámica, lo que la convirtió en pionera en este campo.
Con 21 hectáreas 99 áreas 66 centiáreas, el Domaine Leroy cuenta hoy con 9 Grands Crus, 8 Premiers Crus, 9 Villages y algunos Bourgognes genéricos. Con sus terruños picantes, nos ofrece cada cosecha vinos base confidenciales de una riqueza increíble.
Cada vino producido por Maison Leroy es un acontecimiento gustativo, y este Pommard Premier Cru 2017 no es una excepción. Con una superficie de 1,65 hectáreas, el climat Premier Cru "Les Fremiers" está situado al sur de Pommard, en la frontera con Volnay. Debe su nombre a "Fremyer", que en francés antiguo significa firme, sólido. El hábil tacto y la viticultura sin concesiones de Lalou Bize-Leroy hacen que este vino exprese eficazmente toda la potencia de su terruño, combinada con la elegancia de Pommard.
Tras la sequía de 2015 y las heladas de 2016, 2017 devolvió la sonrisa a los viticultores borgoñones con unos rendimientos bastante decentes. El año transcurrió sin mayores dificultades y las uvas se vendimiaron en buen estado sanitario y en la mayoría de los casos con buenos niveles de madurez.
El color es un rojo rubí intenso. Fragancias de cereza, bayas rojas y guinda emergen de la copa con intensidad y embriagan nuestros sentidos.
El ataque es firme con taninos masivos y densos. El aroma se abre en el paladar con notas de ciruela, fruta roja ácida y especias, para luego deslizarse hacia notas de té negro y tabaco. La acidez está presente y es salivante, con jugosos aromas frutales que se manifiestan retroactivamente. Una alta concentración de taninos muy finos recubre el paladar. Un vino de paradojas, goloso pero austero, jovial pero serio, elegante pero potente... El conjunto florece en una bella amplitud que hace que el final sea sápido y persistente. Un vino maravilloso, para decantar con antelación y maridar con un buen chuletón de buey a la pimienta, o un pichón de granja estofado a la cazuela.
